11 de Marzo del 2025
"Y aconteció después de la muerte de Moisés, siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué, hijo de Nun, ministro de Moisés, diciendo: Mi siervo Moisés es muerto; levántate pues ahora, y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo." (Josué 1:1, 2.)
Ayer te visitó la aflicción y desalojó tu morada. Ahora tu primer impulso es el ceder y sentarte desesperado en medio de la destrucción de tus esperanzas. Pero no te atreves hacerlo. Te encuentras en la línea de batalla y la crisis se acerca. El dudar por un momento sería poner en peligro algún interés logrado. Otras vidas sufrirían a causa de tu interrupción, intereses sagrados peligrarían si tus manos estuviesen enmarañadas. Tú no debes de detenerte ni aún para aliviar tu dolor.
Un distinguido general contó este patético incidente de su experiencia personal en tiempo de guerra. El hijo del general era un teniente de batería. Se estaba preparando un asalto. El padre estaba dirigiendo su división en un ataque, al avanzar por el campo, su mirada fue atraída repentinamente por el cadáver de un oficial de batería que yacía delante de él. . Una mirada le bastó para reconocer que era su propio hijo. Su impulso fué el detenerse y desahogar su dolor, pero su deber le exigía en aquel momento apretar en el ataque; así que besando los labios del difunto se marchó precipitadamente y dirigió el asalto. El llorar desconsoladamente al lado de una tumba jamás puede devolver el tesoro amado que hemos perdido, ni podemos obtener bendición alguna con tal tristeza. La aflicción deja huellas profundas; escribe su recuerdo de una forma imborrable en el corazón del que sufre. Verdaderamente nunca nos despojamos de nuestras grandes penas por completo; jamás volvemos a ser lo mismo enteramente que antes, después que hemos pasado por ellas. No obstante hay una influencia humanizante y fertilizadora en la aflicción que ha sido aceptada rectamente y sobrellevada con gozo. Es cierto por supuesto, que aquellos que no han sufrido, y no poseen ninguna señal del dolor, son seres pobres. El gozo que tenemos delante de nosotros debiera brillar sobre nuestros dolores, lo mismo que el sol brilla por medio de las nubes, glorificándolas. Dios ha dispuesto que al apresurarnos en el cumplimiento del deber, encontraremos el consuelo más rico y verdadero para nosotros. Si nos ponemos a meditar sobre nuestras aflicciones, nuestras adversidades se hacen más profundas, se introducen en nuestro corazón, y convierten nuestra fortaleza en debilidad. Pero si en vez de esto desechamos nuestra melancolía y esperamos a cumplir con la tarea y el deber que Dios nos ha dado, recobraremos nuestro gozo y nos fortaleceremos.-J. R. Miller.
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