El problema de la vanidad es perder el enfoque primario de lo que es verdaderamente importante e impostergable. Cuantas veces se posponen los momentos de reflexión, por vivir tan aceleradamente y se toman muchas decisiones espontáneas sin sentido o razón, perdiendo mucho más que el tiempo de frenar y considerar el plano completo de la situación a definir. Lamentablemente no siempre se puede remediar una mala decisión, ni evitar las consecuencias que trae cada elección de nuestra vida.
Frente a este dilema resuelto y ubicado como el problema que llega a ser, el salmista encomienda su visión a Dios, pidiendo le dé el sentido de la espiritualidad que guía a caminos perfectos, con resultados positivos siempre. ¿Qué tan dispuestos estamos a abandonar nuestra visión humana por la visión trascendental de Dios? ¿Será que hemos de dar lugar al pensamiento firme del reconocimiento de Dios, como ese ser supremo que es, para que nos conduzca? ¿o seguiremos intentándolo todo a nuestro modo?
El salmista habiendo comprobado la veracidad de cada alerta de Dios, sus advertencias, como también consejos con un cumplimiento absoluta, teme a Dios, no con miedo, sino reverenciando la majestuosidad de un creador que se acerca a su criatura con amor para evitarle daños irreparables.
Cada señal, cada mandato, cada prohibido de Dios es una manifestación de cuidado a cada uno de los seres humanos, claro está que Él no obliga a nadie, pero es de sabios tomar en serio sus palabras.
Hoy podemos comprobar que sus mensajes son para nuestro bien y beneficio, para nuestro deleite y gozo. Y para caminar con Dios desde aquí hasta una eternidad a su lado.
Bendiciones.
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