Cristo, el Señor, ha de ser reconocido y obedecido en medio de Su pueblo. Él es el Virrey de Dios, y habla en nombre del Padre, y nuestra responsabilidad es hacer sin reservas e inmediatamente lo que Él ordene. Perderíamos la promesa si desatendemos el precepto.
¡Cuán grande es la bendición para la plena obediencia! El Señor establece una alianza con Su pueblo, tanto a la ofensiva como a la defensiva. Él bendecirá a quienes nos bendicen, y maldecirá a quienes nos maldigan. Dios irá en corazón y alma con Su pueblo, y tomará la posición de ellos con profunda simpatía. ¡Qué protección nos garantiza esto ! No necesitamos preocuparnos por nuestros adversarios, cuando se nos asegura que se han convertido en los adversarios de Dios. Si Jehová ha asumido nuestra contienda, podemos dejar a los enemigos en Sus manos.
En lo que concierne a nuestro interés, nosotros no tenemos enemigos; pero por la causa de la verdad y de la justicia, tomamos las armas y salimos al conflicto. En esta guerra santa, estamos aliados con el eterno Dios, y si obedecemos cuidadosamente la ley de nuestro Señor Jesús, Él está comprometido a emplear todo Su poder en favor nuestro. Por esa razón no tememos a nadie.
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