"Entramos en fuego y en aguas: ¡pero nos has sacado al goce de sobreabundante bien!" (Salmo 66:12. Versión Moderna.)
Aunque parezca paradógico, solamente tiene descanso el hombre que lo obtiene por medio de la lucha. Esta paz que nace del conflicto, no es como el silencio mortal que precede a la tormenta, sino como la calma serena, pura y aireada que le sigue.
No es el hombre prosperado que nunca ha conocido la angustia y el dolor, el que es fuerte y firme y 'tiene la paz interior. Su calidad no ha sido probada y no sabe cómo enfrentarse con la más insignificante dificultad. Ni es el marinero más seguro, el que nunca ha visto una tormenta. Durante el buen temporal, puede ser útil en su servicio, pero cuando viene la tempestad, en el puesto más importante sólo se coloca al hombre que ya ha luchado contra ella, que conoce el barco y todo lo que con él se relaciona, y su áncora que es capaz de agarrarse en las entrañas de la tierra.
i Cuando viene la primera aflicción sobre nosotros, parece ser que todo nos abandona! Perdemos nuestras mayores y más tiernas esperanzas y nuestro corazón yace postrado como el sarmiento que ha sido cortado por la tormenta. Pero cuando hemos librado el primer combate y podemos mirar y decir, "Es el Señor," la fé eleva una vez más nuestras quebrantadas esperanzas y las pone inmediatamente a los pies de Dios. Así, el fin es, confianza, seguridad y paz.
En las olas inmensas de embravecido mar,
Que asaltan de mi alma la pobre embarcación,
De rodillas a Cristo clamé, y el huracán
Deshecho fué al instante a la voz de Dios.
Es Cristo la Roca, el ancla de mi fé:
Los males, lamentos, y aires de temor,
Terminarán por siempre, con mi supremo Rey;
Es Jesucristo mi refugio.
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