Domingo 20 de Julio de 2025
"Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspaso los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues. confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro." (Hebreos 4:14,16.)
Nuestro gran Ayudador en la oración es el Señor Jesucristo, nuestro Abogado con el Padre, nuestro Sumo Pontífice, cuyo principal ministerio para nosotros en estos siglos, ha sido la intercesión y la oración. El es quien toma de nuestras manos, nuestras imperfectas peticiones, las limpia de sus defectos, corrige sus faltas y entonces pide las respuestas de Su Padre, por Su propia cuenta y por medio de todos Sus méritos redentores.
Hermano, ¿estás debilitándote en la oración? Eleva tu mirada y vé, que tu bendito Abogado ya ha pedido tu respuesta, y lo afligirías y disgustarías si abandonases el conflicto en el preciso momento cuando la victoria marcha a tu encuentro. El tiene tu nombre en las palmas de Sus manos, y el mensajero que va a traerte tu bendición ya está de camino; lo único que el Espíritu está esperando es que confíes para que pueda susurrar en tu corazón el eco de la respuesta desde el trono, "Concedido."-A. B. Simpson.
El Espíritu juega un papel importantísimo en nuestras oraciones, y nosotros descuidamos grandemente el recurrir a Él en nuestras súplicas. El ilumina la mente para ver sus deseos, ablanda el corazón para que los sienta, aviva nuestros deseos después de surtirlos convenientemente, dá una perspectiva clara del poder de Dios, de Su sabiduría y gracia para consolarnos e incitar aquella confianza en Su verdad que excluya toda clase de duda. La oración por consiguiente, es una cosa grandiosa. En toda oración aceptable, interviene la Trinidad.
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